Libros que hacen daño
—Es
un libro nada más. Cógelo que no muerde.
Aunque
yo sé bien que eso no es siempre cierto y que algunos libros sí que muerden. Que
muerden como lo haría la más feroz de las bestias, sin la menor piedad y produciendo
el mismo daño, solo que sus dentelladas se nos vienen encima en forma de
palabras y tinta.
Como
seguramente ocurra con el libro que me alarga Marta.
—¡Venga!
¡Si estás deseando echarle un vistazo! —mi librera insiste con esa sonrisa de
viernes que ella reserva para los buenos clientes o para las grandes ocasiones.
Mientras me tienta poniendo el libro sobre el mostrador y lo va empujando un
poco más hacia mí.
A
todas luces Marta debe andar divirtiéndose de lo lindo al imaginar las mil
dudas que en este momento atraviesan mi cabeza. Al observar como mis manos
retroceden para no tocar el volumen mientras que al mismo tiempo mis ojos lo
devoran con tanta codicia como silencio. Supongo que nadie conoce mejor a un
lector compulsivo que su librero de cabecera y Marta lleva ya muchos años
ejerciendo para mí esa función. Desde antes incluso de que yo comenzase a
publicar mis primeras novelas y por supuesto mucho antes de que me dedicara a
esas otras ocupaciones tan distintas a la escritura por las que se me conoce
hoy en día; las que de vez en cuando me llevan a las portadas de los
telediarios. Es por eso, por las décadas empleadas en sugerirme lecturas,
comentar autores o simplemente hablar de libros por lo que ella sabe con toda
certeza que el tomo que me está ofreciendo no puede producir en mí sino una
mezcla de pánico y curiosidad repartidas casi que a partes iguales.
Quizá
sea instinto o intuición; a lo mejor es simplemente experiencia. El caso es que
hay muchas veces en las que no hace falta hojear un texto —en ocasiones no es
preciso ni abrir la cubierta— para saber que lo que uno encontrará escrito en
él va a hacer daño. Algunas cosas, para bien o para mal, se ven venir de lejos
con total claridad. Aunque lo que más curioso me ha resultado siempre en este
tipo de asuntos sea la dificultad para resistir la tentación de leer que se
experimenta justo en esas precisas ocasiones. Sin que nunca haya sabido si se
trata de una cuestión de masoquismo, si es necesidad de liberar adrenalina o si
la tendencia a leer lo que sabemos que nos dolerá responde a una mezcla de
ambas cosas. Tal vez a cualquier otro motivo.
Junto
al mostrador alguien ha colocado una de esas torres de libros con las que los
vendedores intentan llamar la atención del público. Un buen número de
ejemplares idénticos al que me está ofreciendo Marta, apilados cuidadosamente
uno sobre otro con artística maestría. Observo la buena portada que ha elegido la
editorial para rematar el trabajo, reparo en los carteles de promoción a gran
tamaño esparcidos por toda la tienda y digo para mis adentros que esta vez la
autora va a tener suerte. Que se nota de lejos que los editores han apostado
con fuerza por el libro y que no será raro que acabe vendiéndose a buen ritmo. Aunque
lo que en verdad me sorprende, lo que realmente me descoloca y por supuesto me
callo, es descubrir que hay una parte de mí que en el fondo se alegra por esa perspectiva de éxito. Quizá, me
indico casi de seguido, no debería alegrarse uno por aquello que le va a hacer
daño.
Desde
cada una de las cubiertas, fotografiado en primer plano, el rostro de la
escritora parece mirarme directamente a los ojos. Un rostro que tiene como
virtud evocar en mí otros tiempos, otros lugares y por supuesto otras lecturas.
Incluso algún libro, hoy ya descatalogado, publicado con su nombre y el mío.
Las mil y una actividades que necesariamente tienen que acompañar a los largos
años de vida en común y al hecho de que campen por el mundo tres hijos que son
suyos y míos. Y como suele pasar en estos casos, a la vista de la imagen
estampada en la cubierta, no puedo evitar pensar que a ella el divorcio le ha
sentado mejor que a mí y que está ahora más joven, más radiante y yo diría que
hasta más guapa. O quizá sean solamente cosas mías y en su opinión sea justo al
revés. ¿Cómo era aquello del césped que crece más verde en el patio del vecino?
El caso es que ahí está el libro. Casi
trescientas páginas, así en una estimación rápida, en las que mi nombre aparecerá
más de una vez y no precisamente —o eso mucho me temo— para referirse a mi
faceta de novelista. Supongo que al público le interesan otras cuestiones bastante
más que los libros que uno pudiera haber escrito hace ya demasiado tiempo y que
hoy en día solo se encuentran en librerías de viejo. Por si hubiera todavía dudas,
para disipar cualquier malentendido, la leyenda escrita en la faja promocional
lo deja meridianamente claro con su texto blanco sobre fondo azul oscuro: «Las
memorias de la ex esposa del ministro de Cultura que sacarán los colores a más
de uno».
Supongo
que ha sido cosa del editor elegir el llamativo eslogan. Al igual que doy por
hecho que no es nada casual la fecha señalada para el lanzamiento, apenas dos
días antes de que yo tenga que comparecer en el juzgado para declarar en mi
flamante y novedosa condición de imputado.
Mientras
Marta se va cobrando el libro yo me reafirmo en lo pensado al inicio. Y me digo
una y otra vez que ciertamente, sí que sí, hay libros que muerden. Libros que como
la vida misma, como muchas de las decisiones que tomamos, sabemos con seguridad
que nos acabarán haciendo daño.
(c) Manuel Lozano Tébar. Abril 2017.
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